El sol de los oprimidos

Resulta muy interesante que a partir de un diálogo entre un hombre y una mujer se pueda representar el orden social imperante y que permita responder a la pregunta por la relación entre ideología y subjetividad, así como la tensión entre sujeción y subversión. Es lo que ocurre con Después de mí, el diluvio de Lluïsa Cunillé.

HOMBRE- ¿Y por qué se ha quedado a vivir aquí?
INTÉRPRETE- Por el sol.
HOMBRE- ¿Por el sol?
INTÉRPRETE- Me encanta el sol. Es el único amigo fiel que tengo en el mundo.

El sol que cubre a todos es el sol que, de maneras distintas, por sus condiciones sociales, despunta en los dos personajes: un hombre, una intérprete. Así se designan y ya comienzan a lanzar sus signos. Se habla de un hombre de negocios, frente a una mujer que se muestra como intérprete de alguien que no vemos, que debe plegarse al idioma del hombre, pues es su trabajo, pese a que está en su propio país.

La mujer, y tampoco es casual que sea mujer, es una intérprete, habla por alguien de quien su subjetividad resulta mediada. El hombre que es hombre, en tanto los negocios que lleva, trabaja en una empresa sudafricana que explota coltán, el oro negro de nuestros tiempos. Es el hombre respetable, triunfante, el patrón.

Por su parte, la mujer intérprete, que también ha sido cantante, actriz, lleva una historia al hombre casi en tono de súplica. Pide llevarse a su país al hijo del hombre de quien es intérprete, pues las condiciones de vida en el lugar de los negocios son precarias, por no decir imposibles para cualquiera que quiera tener unas condiciones mínimas de vida digna y que obligan a anhelar el país de sueño del hombre de negocios. En los dos personajes vemos claramente reflejadas las fauces del colonialismo, las del sujeto oprimido que exalta la riqueza del explotador.

Por un lado, el hombre representa la figura de la supremacía política y económica. Por otro, la Intérprete, la opresión y la pobreza. Pero antes de esto, y como primer bastión colonial, la incapacidad de ver, reconocer y respetar la otra cultura. Esto es, la dificultad de ver al otro, más allá de ser la fuente que se debe arrasar y absorber para así dominar y hacer de él un fortín seguro. Tal como lo expone Said en su teoría sobre el Orientalismo construido por Occidente para comprender, controlar y manipular.

En función de la reproducción de las relaciones de producción, la sociedad se condiciona como el lugar donde el sujeto encuentra un sistema que le instaura las coordenadas de su supervivencia social, aun cuando estas apunten a las de explotación, nos expone Althusser en Ideología y aparatos ideológicos del Estado.

Esto hace el país dominante sobre el dominado. Su función colonizadora permea toda la estructura ideológica del Estado colonizado, irrumpe en su idioma para instaurar el suyo, condiciona las formas de educación a su beneficio, despliega un sistema de creencias tal que hace posible que la gran máquina productora se mantenga a flote y en movimiento y sostenga la fuente de sus intereses y las políticas de sumisión, sin importar lo que se lleve a su paso.

La ideología, además, configura un tipo de sujeto necesario al orden establecido que, a diferencia de la represión, que limita y constriñe, o se presenta de modo violento, por el contrario, alimenta y favorece las condiciones de producción de modo permanente. La explotación del coltán se configura en el centro de poder y de la riqueza en la obra de Cunillé, no para el territorio dueño de él sino de quien se apodera del mismo y mantiene en la pobreza y la opresión al explotado y dueño real del mineral sagrado. Así perpetúa su riqueza y su poder.

La mujer habla al hombre de negocios de un hombre sin brazo que quiere entregar a su hijo al exitoso hombre de negocios. Cuenta las dificultades de vivir allí desde el nacimiento, de las pocas posibilidades de salir de la pobreza y de todos los estragos que tiene este hecho en la falta de oportunidades, de trabajo, en el reclutamiento forzado de los jóvenes sin opción, en alimentar la guerra de otros con sus propias vidas, en la cercanía de la muerte pese a la riqueza y a la vida de sus gentes y de su territorio.

Se dice del hombre de negocios que está enfermo. El hombre habla de dinero, mujeres y enfermedades. Sí, es un hombre mundo enfermo, que sin embargo habla de amor y de almas. Mientras la mujer interpreta las vidas en una historia particular, donde se entrega al hombre de negocios para lo que éste a bien tenga para el joven hijo: ser futbolista, guardaespaldas, secretario, esclavo. Esa historia que es la del hijo muerto con una vida reconstruida por el anhelo.

Después de mí el diluvio es después de mí no importa nada, ni acabar con los pueblos sometidos, ni acabar con los recursos naturales, el dejo del yo capitalista, vanidoso y pendenciero. Los otros no importan sino en la medida de los reductos que saco de ellos para el presente capital. Todo se vende todo se compra, el tráfico de lo humano y la ideología arma el sujeto necesario.

Toda acción está condicionada por la ideología, a la vez que la ideología solo recae en el sujeto. No existe la una sin la otra. Lo que conlleva a decir que el hombre es un animal ideológico y que la ideología interpela al hombre única y exclusivamente como sujeto. El hombre de negocios expone la mentira necesaria para los negocios; la mujer intérprete de la verdad del padre y el hijo. Los dos se necesitan en la lógica del amo y el esclavo y no es un chiste.

 

Bubliografía

 -Althusser, L. (1974). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. (A. J. Pla, Trad.) Buenos Aires: Letra e.

-Cunillé, Lluïsa. Después de mí, el diluvio.

-Edward W. Said, «Introducción», Orientalismo. Barcelona: Debolsillo, 2003. pp. 19-54.

 

 

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